De DIOS biene la liberacion
 

El señor me ha enseñado, lo liberador que es el santo viacrucis, cada vez que lo hago, ciento una paz infinita, y sueño casi en vivo,es que cuando uno esta mas cerca de DIOS  hay mas  luz,  paz, en su palabra dice que por sus llagas hemos sido sanados, ya fuimos sanados, al ser crucificado, crucifico todo nuestro pecado ,enfermedades y ataduras, una de las promesas de los que hagan el santo viacrucis es ,que le seran borrados todos los pecados.por eso es que se  siente tanta paz.Y ES TAN LIBERADOR.
isaias 53-5
Ha sido traspasado por nuestros pecados,deshecho por nuestras iniquidades, el castigo, precio de nuestra paz, cae sobre el , y a causa de sus llagas hemos sido curados.
mateo 8-16
El tomo nuestras flaquezas y cargo con nuestras enfermedades.

1de pedro 2-23
El que expio en su propio cuerpo nuestros pecados, sobre la cruz,para que muertos por el pecado viviesemos  para  la justicia, con sus heridas fuistes curados.

El Vía Crucis o Camino de la Cruz, es una de las formas más expresivas, más sólidas y extendidas de la devoción del pueblo cristiano a la Pasión de Cristo.

Desde los primeros siglos los peregrinos de Jerusalén veneraban los lugares santos, especialmente el Gólgota y el Sepulcro. Según las revelaciones de Dios a Santa Brígida, luego de la muerte de Cristo, el mayor consuelo de su Madre era recorrer los lugares de aquel sagrado camino regados con la sangre de su Hijo. La imposibilidad de ir a Jerusalén o el deseo de recordar con frecuencia en su propia tierra los momentos de la Pasión, hizo nacer en la cristiandad diversas formas de representar aquellos lugares para ser recorridos en una especie de peregrinación espiritual.

Su ejercicio tiene indulgencia plenaria cuando se hace ante estaciones legítimamente erigidas. Aunque es costumbre laudable leer un texto y rezar determinadas oraciones, puede hacerse meditando mentalmente lo que propone cada estación.

Dice San Bernardo: “No hay cosa tan eficaz para curar las llagas de nuestra conciencia y purgar y perfeccionar nuestra alma como la frecuente y continua meditación de las llagas de Cristo y de su Pasión y Muerte”.

Le dijo Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska: "Son pocas las almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a las almas que meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias".

Estaciones del Vía Crucis:

1ª: Jesús condenado a muerte.

2ª: Jesús con la cruz a cuestas.

3ª: Jesús cae por primera vez.

4ª: Jesús encuentra a su Madre.

5ª: El Cireneo ayuda a llevar la cruz.

6ª: La Verónica enjuga el rostro del Señor.

7ª: Jesús cae por segunda vez.

8ª: Jesús consuela a las santas mujeres.

9ª: Jesús cae por tercera vez.

10ª: Jesús es despojado de sus vestiduras.

11ª: Jesús es crucificado.

12ª: Jesús muere en la cruz.

13ª: Jesús en los brazos de su Madre.

14ª: Jesús es sepultado.

Modo de rezar el Vía Crucis:

Recorrer física o mentalmente las estaciones meditando un momento en cada una de ellas. Si queremos mientras meditamos en cada estación, podemos rezar alguna oración, por ejemplo un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.  

PROMESAS para los devotos del Vía Crucis

1.  Yo concederé todo cuanto se Me pidiere con fe, durante el Vía Crucis.

2.  Yo prometo la vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Vía Crucis.

3.  Durante la vida, Yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en la hora de la muerte.

4.  Aunque tuvieran más pecados que las hojas de la hierba que crece en los campos, y más que los granos de arena en el mar, todos serán borrados por medio de esta devoción al Vía Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa Comunión.)

5.  Los que acostumbran rezar el Vía Crucis frecuentemente, gozarán de una gloria extraordinaria en el Cielo.

6.  Después de la muerte, si estos devotos llegasen al Purgatorio, Yo los libraré de ese lugar de expiación, el primer martes o viernes después de morir.

7.  Yo bendeciré a estas almas cada vez que rezan el Vía Crucis; y mi bendición les acompañará en todas partes de la tierra. Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el Cielo, por toda la eternidad.

8.  A la hora de la muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio. Al espíritu maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas. Así podrán reposar tranquilamente en Mis Brazos.

9.  Si lo rezan con verdadero amor, serán altamente premiados. Es decir, convertiré a cada una de estas almas en Copón viviente, donde Me complaceré en derramar Mi Gracia.

10. Fijaré la mirada de Mis Ojos sobre aquellas almas que rezan el Vía Crucis con frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.

11. Así como Yo fui clavado en la Cruz, igualmente estaré siempre muy unido a los que Me honran, con el rezo frecuente del Vía Crucis.

12. Los devotos del Vía Crucis nunca se separarán de Mí porque Yo les daré la gracia de jamás cometer un pecado mortal.

13. En la hora de la muerte, Yo les consolaré con Mi presencia, e iremos juntos al Cielo. La muerte será dulce para todos los que Me han honrado durante la vida con el rezo del Vía Crucis.

14. Para estos devotos del Vía Crucis, Mi Alma será un escudo de protección que siempre les prestará el auxilio cuando recurran a Mí.


Concluimos que es muy beneficioso para nosotros y para nuestros hermanos, rezar el Vía Crucis no solo en tiempo de Cuaresma sino en todo tiempo

El Via Crucis o Camino de la Cruz 

Oración para el comienzo 

Señor mío Jesucristo, que me invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú delante para darme ejemplo, ilumina mi alma con la luz de tu gracia para que pueda meditar fructuosamente tus pasos dolorosos y aprenda a seguirte con decisión y coraje.

Madre de los Dolores, inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en este camino de amargura a tu divino Hijo. Amén. 

Primera estación:
“Jesús condenado a muerte”
 

Está el injusto juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, juez de vivos y muertos, las manos atadas como un delincuente, oyendo serenamente su sentencia de condenación. ¡Jesús mío querido! ¡Tú, autor de la vida, condenado a muerte! ¡Tú, inocencia y santidad, condenado a una muerte humillante, como el último malhechor! Qué amor tan grande el tuyo y qué ingratitud tan grande la mía, pues te condeno de nuevo cada día. Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala inclinación, un interés mezquino o el temor a lo que digan los otros!

Perdóname, Jesús mío, y por ese tribunal injusto que soportaste, no permitas que caiga un día sobre mí la sentencia de muerte eterna, que merecían mis pecados. 

 

Segunda estación:
“Sale Jesús con la cruz a cuestas”
 

¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar Tú mismo, como otro Isaac, el instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de fuerzas! ¡Tus espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y pesada! Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo... Sin embargo, la aceptas, y besándola la abrazas y llevas decididamente por mi amor.

Y yo, pecador, ¿aborreceré la ligera cruz que Dios me envía? ¿Pretenderé yo ir al cielo por los deleites y comodidades, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dramático camino de la cruz?

Reconozco mi engaño, Salvador mío; envíame penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí. 

 

Tercera estación:
“Jesús cae la primera vez”
 

No es extraño, Jesús mío, que sucumbas rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me estremece es ver la inhumanidad con que te tratan. Hasta los mismos animales inspiran más compasión. Pero cae el Rey de los cielos y la tierra, quien sostiene el universo, y tus verdugos no se conmueven. Hay una malicia e insensibilidad que no parece humana, parece diabólica...

¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces, Señor?. En ti pensaba, pecador, por ti sufría con paciencia lo que tú habías merecido. Para librarte de tus pecados he querido pasar estos momentos de dolor e ignominia. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún que continúe este camino que ya se me ha hecho tan largo? Aquí me tienes.

¡No, Jesús mío, no!; antes morir que volver a ofenderte. 

 

Cuarta estación:
“Jesús encuentra a su Madre”
 

¿Qué sentiste, Madre de dolores, al ver aquél espectáculo? Se ha dado sentencia de muerte sobre tu Hijo, los amigos lo han dejado solo y lo siguen a distancia, una multitud que se pliega a las burlas, injurias y blasfemias. Tu Hijo entre dos malhechores y la guardia romana. Cuando adolescente, perdido, lo buscaste con angustia, pero lo encontraste sano y salvo en el Templo. Ahora te lo llevan al sacrificio como a un cordero. ¡Qué distinto será! ¿Lo conoces, Madre? ¿Es ése tu Hijo, tu fiel reflejo, el más hermoso de los hijos de los hombres? ¿Es éste el esplendor de la gloria del Padre, la admiración de los ángeles? ¡Cómo ha cambiado todo! Ya no están los reyes ni los pastores ni los ángeles que celebraron su venida con himnos de alabanza. Ahora hay sudor y sangre en su rostro que no puedo secar y esa corona de espinas que no puedo quitarle...

¡María, mujer afligida entre todas las mujeres! ¡María, la del corazón y del amor inmaculado, tu dolor es tan grande como tu amor! ¡Qué serena fortaleza te da la unión a Dios! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! Perdonad al verdadero causante de tanta aflicción y nunca me dejéis en el camino de mi cruz. 

 

Quinta estación:
“Jesús ayudado por el Cireneo”
 

Temiendo los judíos no se le muriese Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tenían de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo Simón Cireneo acepta este favor, y aun por fuerza.

¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y nadie quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no obstante, nos predica la amplitud de tu misericordia, la longitud de tu poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas pocos gustan de padecer contigo.

Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: “El que no carga la cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo.” 

 

Sexta estación:
“Verónica enjuga el rostro de Jesús”

 ¡Qué temple el de esta mujer! Aquel rostro, reflejo de un alma santísima y de la misma plenitud de la divinidad, está marcado por el cansancio, cubierto de polvo, sudor y sangre. Pero ella, en un arranque de nobleza, desafiando los peligros, se quita el pañuelo y le enjuga el rostro.

¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos que por respeto humano no se atreven a obrar bien! ¡Dichosa Verónica! Dios te premia ese gesto de grandeza de alma dejando su rostro estampado en el lienzo.

¿Quiero yo que Dios restaure mi alma con la imagen de su Hijo? Me venceré a mí mismo, despreciaré el respeto humano e imitaré el ejemplo de la Verónica. Quiero ser otro Cristo donde el Padre se complazca. 

 

Séptima estación:
“Jesús cae la segunda vez”
 

Cae el Señor segunda vez bajo la cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción abandonamos el camino de la virtud? No. Bien podrán decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; por lo mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.

¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado sino el que combatiendo legítimamente persevere hasta el fin, ¿de qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu divina gracia, amarte y servirte hasta morir. 

 

Octava estación:
“Jesús consuela a las santas mujeres”
 

¡Qué amor tan ardiente! Los que sufren, piensan y hablan de sus penas. Pero Tú, olvidando tus agudos dolores, te acuerdas de nosotros. Hijas de Jerusalén, dice a las mujeres que compadecidas lo seguían llorando, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.

Pero ¿puede haber motivo más digno de llanto que la pasión y muerte de nuestro Redentor? Sí, hay cosa más digna de lágrimas, y de lágrimas eternas, y es el pecado. Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal terrible, el único mal. ¡Y no obstante yo peco con tanta facilidad! ¡Y recaigo tan a menudo en el pecado! ¡Y paso tranquilo días, meses, años y hasta la vida entera, si no en el pecado, al menos en la tibieza y en la mediocridad! 

 

Novena estación:
“Jesús cae la tercera vez”
 

¿Qué es esto, Jesús mío? ¡En Ti fueron hechas todas las cosas, eres el recapitulador del universo, vencedor del poder del infierno y de la muerte, y te vemos nuevamente caído en tierra!

¿Y qué, hijo mío? ¿No has pecado más de dos o tres veces? ¿No recaes a diario, no eres inconstante en mi seguimiento? Hoy haces generosos propósitos y mañana ya están olvidados; ahora me entregas el corazón y un instante después te dejas ganar por los placeres de la carne, las frivolidades del mundo o los reclamos de tu amor propio. La historia de Pedro se repite en cada uno de los hombres. Por eso he caído por segunda y tercera vez, para expiar tus continuas recaídas. Caigo para que te levantes pronto del pecado, para que salgas de la tibieza, para que no te expongas de nuevo al peligro, para que no vayas a caer en el fuego inextinguible del infierno.

Gracias, Dios mío, por tu inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dame fuerza, te lo suplico, para que me levante por fin de mi vida de pecado, y camine firme y constante en tu santo servicio. 

 

Décima estación:
“Jesús despojado de sus vestiduras”
 

Cuando te tratan una herida, por cuidado que tenga la más delicada madre, ¡qué dolor no sientes al curarte y vendarte! ¿Cuál sería el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras y manipular ese cuerpo agobiado por el cansancio, herido por la flagelación y la fatiga del camino? Más aún, ¡te quitan los vestidos, Señor, y te exponen desnudo en medio de una multitud! ¿En qué pensabas, Jesús mío, frente a tantos agravios juntos?

En ti pensaba; en tus pecados de impureza y los de todo el mundo. En tantas faltas que desde la adolescencia comienzan a degradar a los hombres y los hacen ciegos e incapaces de los bienes del cielo. Sé cuánto te cuesta deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, separarte de aquella mala amistad. Todo esto te quería decir con aquellos profundos dolores que me afectaron el cuerpo y el alma.

¡Señor, qué inmensa caridad la tuya y qué grande insensibilidad la mía! Nunca más, Señor, renovar estos dolores con mis pecados. 

 

Undécima estación:
“Jesús clavado en la cruz”
 

¿Quién de nosotros tendría valor para sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así atormentado incluso a su mayor enemigo? Pues este tormento padece Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre la cruz, ya le clavan aquellas manos omnipotentes que tantas veces se habían levantado para sanar y bendecir, ya brota su preciosa sangre. Así, al golpeteo del martillo se va consumando el sacrificio del manso cordero que quita los pecados del mundo.

Ahí está también su Madre. Lo que Tú, Redentor mío, sufres visible e interiormente, Ella lo padece en su interior, pues siempre guardó tus cosas en su corazón.

Que no deje, Señor, de contemplarte, y de contemplar a tu Madre, y siempre recuerde que yo también he estado presente y he tenido mucho que ver en este doble sacrificio. 

 

Duodécima estación:
“Jesús muere en la cruz”

Contempla ahora a nuestro Cristo puesto en la cruz y seguirás oyendo y viendo cosas admirables. La cruz se convierte ahora en una cátedra, un púlpito de las más profundas enseñanzas y ejemplos.

Cuando todos esperaban insultos o quejidos, escuchan de sus labios: Perdónalos porque no saben lo que hacen. Lo ha dicho por los verdugos romanos, por los paganos, por los judíos entregadores  y todos los de su raza, por ti y por mí. Desde entonces tiene eficacia el perdón del sacerdote. Ahora el Señor se dirige a aquel hombre que estaba crucificado junto a Él, despreciado de la sociedad, a quien nadie valoraba ni acompañaba, para responder no tanto al pedido de sus palabras como a la sed de su corazón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¿Quién podrá desesperar si el ladrón confía? Pero ahí está su Madre y el único Apóstol fiel. Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre.  En la prueba y el dolor descubrirás la necesidad de María; Ella estará siempre al pie de tu cruz.

¡Cuántas gracias han brotado de este monte! A través de ellas hemos llegado a la fuente misma: el sacrificio de Cristo. En este nuevo Templo de la humanidad puedes ver a la Víctima inmaculada  en el instante mismo del sacrificio de su alma y de su cuerpo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?; Tengo sed. Ahora escucha al Sacerdote: Todo está consumado; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Jesús mío, que nunca olvide este momento y te busque siempre en las fuentes del perdón y de la Eucaristía. 

 

Decimotercera estación:
“El descendimiento del Señor”
 

Tu Hijo ha muerto, Madre mía, mis pecados son los verdugos que le hicieron sufrir y le dieron muerte tan cruel. Sí, yo lo dejé solo en el huerto, yo lo condené en tres tribunales, yo lo he flagelado, yo he sido el peso de esa cruz y la agudeza de los clavos. Ese cuerpo tan hermoso, obra del Espíritu Santo que llevaste en tu seno, ahora lo recibes tan cambiado. Soy yo también quien atravesó tu corazón con una espada de dolor. ¿Dónde iré? ¿Dónde me ocultaré?

He pecado, Madre mía, como Pedro y como Judas. Pero he aprendido que siempre hay perdón si nos acercamos a tu Hijo. Una palabra suya bastará para sanarme. Sé además que Tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de traspasar en mí los derechos que tenía a tu amor. Recíbeme, entonces, con el amor con que recibiste a tu Hijo hasta los últimos momentos de su vida. Me amparo, pues, en tus brazos con la más viva confianza. No me desprecies, refugio maternal de pecadores arrepentidos, y ampárame ahora y en la hora de mi muerte. 

 

Decimocuarta estación:
“Jesús puesto en el sepulcro”
 

José de Arimatea y Nicodemo, ungiendo el cuerpo con aromas, le ponen en un sepulcro nuevo, sellándolo con una losa de piedra.

¡Cuántos sentimientos se mezclan también ahora en el corazón de esa Madre admirable! Por un lado, los últimos recuerdos de la injusticia de los tribunales y los padecimientos de la cruz; por otro, el dolor de ya no verlo ni tocarlo. Pero es aún más fuerte en su alma el consuelo del valor infinito de este sacrificio. En la cruz ya se han visto los primeros brotes de una primavera inagotable que se extenderá por todos los siglos. Sabe Ella también que pronto el Señor ha de resucitar como primicia para todos los mortales. Aunque los demás duden, para Ella es una certeza del corazón, sostenida por la palabra misma de su Hijo. Feliz de Ti que has creído. Esa tumba es para Ti un nuevo seno materno, semejante al tuyo, de donde esperas que nazca como en los días de Belén, pero ahora con cuerpo glorioso.

¡Sepulcro afortunado, que encierras el cuerpo del Hijo de Dios y el corazón de su Madre, guarda también con esos tesoros mi pobre corazón! Sea éste para ti el sepulcro donde descanses; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que te envuelvan y los aromas que te consuelen. Muera yo a las fascinaciones y vanidades del mundo para que, viviendo según el espíritu de tu Hijo, espere confiado la resurrección gloriosa y la vida eterna.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

en la santa biblia dice en hebreos 9-20 esta las sangre que sella el pacto que Dios ha ordenado para ustedes por lo demás según la ley casi todo es purificado por la sangre y sin derramación de sangre no hay remisión.
Dios en su infinita misericordia me ha enseñado que con su sangre preciosa puedo protegerme y proteger ha los míos y puedo cortar y quitar lo malo.
para proteger ejemplo: señor Jesús en tu nombre y con el poder tu sangre preciosa yo cubro y sello a mis hijos, esposo, hogar, nuestras vidas, nuestro pasado presente y futuro , y nuestra paz e.t.c.
para quitar lo malo se rompe ejemplo: señor Jesús en tu nombre y con el poder de tu sangre preciosa yo corto el alcoholismo, droga dicción, orgullo, mal genio, ceguera espiritual esa mala amistad etc. que halla en ----------- se nombra la persona.
Ten Fe

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame al cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te entregues a mi, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con calma: "JESÚS YO CONFIO EN TI".

Evita las preocupaciones angustiosas y los pensamientos sobre lo que puede suceder después. No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser DIOS y actuar con libertad. Entrégate confiadamente a mi. Reposa en mi y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente "JESÚS YO CONFIÓ EN TI".

Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices "JESÚS YO CONFIÓ EN TI", no seas como el paciente que le dice al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo.

Déjate llevar con mis brazos divinos, no tengas miedo, yo te amo. Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía. Continua diciéndome a toda hora "JESÚS YO CONFIÓ EN TI".

Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso. Agitarte, angustiarte y quitarte la paz. Confía sólo en mi. Reposa en mi. Entrégate a mi. Yo hago los milagros en la proporción de la entrega y confianza que tienes en mi.

Así que no te preocupes, echa en mi todas tus angustias y duerme tranquilo. Dime siempre "JESÚS YO CONFIÓ EN TI". Y verás grandes milagros.

TE LO PROMETO POR MI AMOR.
JESÚS


Dedicado a los que sufren, a los que padecen, a los impacientes, a los faltos de fe, a los que lloran... espero que les sea de gran utilidad y confortamiento.

Yo soy tu Dios, tu Señor, tu Salvador, tu Maestro, tu Hermano, tu Amigo, si crees en Mí, vivo siempre contigo y te amo ámame como tú eres, lo demás déjamelo a Mí.

Conozco tu miseria, la aflicción y la tribulación de tu alma, la debilidad y la enfermedad de tu cuerpo, lo mismo tu vileza y tus pecados, a pesar de todo Yo te digo: "Dame tu corazón, ámame como eres". Si esperas a ser ángel para abandonarte al amor no amarás jamás. Aunque seas débil en la práctica del deber y de la virtud y caigas nuevamente en aquellos pecados que no quisieras volver a cometer, no te permito que no Me ames.

Ámame como eres

En todo instante, en cualquier situación en que te encuentres, en el fervor o en la tibieza, en la fidelidad o en la infidelidad, ámame como tú eres. Quiero el amor de tu pobre corazón, si esperas a ser perfecto no me amarás jamás.

¡Qué!, ¿no podría Yo, acaso, hacer de cada grano de arena un serafín radiante de pureza, de nobleza y de amor?. ¿No soy Yo el Omnipotente y si me place dejar en posibles aquellos seres maravillosos y preferir el pobre amor de tu corazón, al de ellos?, ¿no soy dueño de mi amor?.

Hijo mío, deja que te ame, quiero tu corazón. Ciertamente quiero con el tiempo transformarte pero por ahora te quiero como eres y deseo que tú hagas lo mismo.

Quiero ver surgir del fondo de tu miseria, el amor.

Amo en ti hasta tu debilidad, amo tu amor pobre y miserable, quiero que salga de lo más profundo de tu ser un grito continuo: "Jesús, te amo".

Quiero únicamente el canto de amor de tu corazón, no necesito tu ciencia o tu talento. Una sola cosa importa, el verte vivir amando.

No son tus virtudes las que quiero, si te las dieses eres tan débil, que alimentarías tu amor propio, no te preocupes por esto. Te podría haber destinado a grandes cosas pero no serías siervo inútil, te amo aunque seas tan poca cosa, porque te he hecho para el amor.

Hoy estoy a la puerta de tu corazón, como un mendigo suplicante. ¡Yo, Rey de Reyes!. Busco y espero, apúrate y ábreme. No alargues tu miseria, si tu conocieses perfectamente tu indigencia, morirías de dolor. Lo que me heriría el corazón, sería verte dudar de Mí y fallar la fe.

Quiero que pienses en Mí cada hora del día y de la noche, quiero que tú hagas aún la acción más insignificante, sólo por amor. Cuento contigo para que me ames y me des gloria.

No te preocupes de no tener virtudes, te daré las Mías. Cuando tengas que sufrir, te daré fortaleza. Dame tu amor y te enseñaré a amar más allá de lo que nunca has soñado, pero recuerda ámame como eres.

Te he dado a Mi Madre, deja todo en Su Corazón Purísimo, pase lo que pase No esperes a ser santo para abandonarte al amor, no me amarías jamás anda ámame como eres. .


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